Hoy no tengo ni ganas de escribir, me siento incómoda conmigo misma. Es uno de esos días en que es raro habitar mi cuerpo, es como si no me perteneciera. Como si yo quisiera estar en él, pero mi cuerpo simplemente dijera:
— ¡uff no, qué aburrición!, hoy no quiero que estés aquí. No quiero tenerte aquí con tus exigencias… que hay que hacer X o Y… no quiero nada. Literal. NA-DA. Y tú eres incapaz de entenderlo. Entonces, mi querida te voy a hacer sentir incómoda aquí metida, porque es la única manera que he encontrado para hacerte ver que es urgente que me dejes descansar—.
Mmmm, no había oído nunca a mi cuerpo hablarme en ese tono. Suena serio. Y al final de cuentas tiene razón. Yo siempre estoy ahí exigiéndole el esfuerzo extra, la milla adicional, el seguir alerta a todo lo que nos rodea, porque no debemos bajar la guardia de lo que está sucediendo, nunca. Detrás de cualquier situación podemos iluminar una idea o ver una oportunidad, o encontrar algo que nos apasione y podamos crear. ¡Uff!… ya oyéndolo así, comienzo a pensar que si yo fuera mi cuerpo también me cansaría.
Dicen que “el cuerpo grita lo que la boca calla”, pero sin lugar a dudas, primero nos habla:
— Se necesita energía para todo eso que pides… esa partecita, ¿la tienes clara?— siguió dicéndome en un tono bastante desobligante.
Y yo lo dejo que me hable así, porque finalmente nosotros estamos siempre (o casi siempre) juntos, y así seguiremos quién sabe por cuántos más años, hasta que a ambos se nos acabe el contrato.
Además lo oigo, porque pobrecito, nadie más lo oye… es más, debo admitir que muchas veces lo callo sin querer. Lo callo porque en varias ocasiones considero que no es el momento para decir lo que está diciendo, o que simplemente no tengo el espacio para atender su petición en el instante en que la pide.
Como cuando tiene hambre. Me lo dice suavecito, como quien sugiere un plan interesante a un amigo:
—¡Hey!, qué tal un snack, o una fruta… tengo un poquito de hambre— y yo, generalmente le contesto provocando un gesto de la mano, o de los hombros, o de alguno de los lóbulos cerebrales, diciendo un momento, ahora no, ahora no se puede, hay que esperar.
Y entonces el tiempo pasa, y yo lo hago caminar más, leer más, correr más, trabajar más, escribir más… hasta que la segunda alerta viene ya con un sonido intenso en el estómago, una mirada de advertencia y de nuevo:
— Holaaaaa, te dije que tenía hambre hace como una hora, ¿es posible que ya me pongas atención? Mira que después lo vas a sentir tú y tu genio se va a ver alterado para el resto de la tarde—.
Y yo, sigo escribiendo, sigo ignorando lo que me dice porque no hay más forma, no puedo parar y perder el flujo del momento en el que estoy, escribiendo estas palabras el ritmo de la conversación mental que sostenemos casi siempre mi cuerpo y yo.
FIN-
(ALMENTE, ¡a comer algo!)
Alejandra Ruíz Gómez
Agosto 14, 2024
Merano, Italia
Slow down Alejita… ya estamos en edad de oír nuestro cuerpo para que funcione como una máquina perfecta!!! Abrazos se le quiere