Ellas son muy prudentes. O tal vez altamente estratégicas: crecen bajo la superficie lento pero firme sin dejar ver su capacidad de masa hasta que no hay más remedio que aceptarlas.

Se aprovechan de las temporadas en las que el tiempo es escaso y circula ágilmente entre una actividad, la otra, la siguiente; esas temporadas en las que mirarse por largo tiempo al espejo es un lujo y el acto contemplativo de la apariencia física desaparece casi por completo. Se aprovechan inteligentemente para expandirse, para hacer su transformación que más que una sentencia es una certeza, desapercibidas en la oscilación sin freno de los días.

Un día decides que es suficiente, que ya es hora de ponerle un alto al tiempo, de tomar un poco de ese tiempo en tus manos de nuevo, de hacerlo tuyo y para ti. Entonces te acercas con tu nuevo pedazo de tiempo a la superficie reflectante, al viejo amigo suspendido en el plano vertical que, en las últimas semanas, meses, años (o en mi caso particular cien días), no habías visitado más que de pasada porque era inevitable cruzarse con el en el pasillo, en el baño o incluso en un ascensor usado menos de 2 veces por semana. Ahí está, siempre tan vacío o tan lleno dependiendo del punto de vista, del ángulo y definitivamente de la luz.

Ahí está mostrando una versión de la realidad que, aunque fragmentada es la versión con más historia que tienes de ti mismo. Te detienes y decides invertir tu tiempo, todo ese tiempo que antes parecía tan escaso pero que ahora simplemente es el mismo usado diferente; inviertes ese tiempo en permitir que tus ojos recorran el detalle jugando con diferentes grados de aumento, de profundidad sobre la superficie.

Entonces encuentras una, luego otra, un par más. Sonríes y te dices a ti mismo que no es grave, que podría estar peor, definitivamente peor a tu edad. Haces un movimiento no pensado, el ángulo de visión se transforma y de pronto estas ahí, frente al amigo espejo descubriendo la guarida secreta de decenas de ellas, ¡por cuánto tiempo se habían estado escondiendo! no son ya algunos brillos inesperados, no son personajes imperceptibles que se pierden entre el resto.

Te quedas allí concentrado, abriendo tu cabeza, por un lado, por el otro. Creando surcos jamás explorados en todos los sentidos, incluso en aquellos en que se hace difícil encontrar un ángulo de visión para seguir observando en ese espejo grande, ese espejo amplio que ha estado esperando estos cien días para cantarte tus verdades, para verte la cara de nuevo por un lapso más decente y que se mueve en la escala de los minutos, no de los segundos. 

Una vez descubiertas no hay manera de escapar ¡no puedes dejar de verlas! Y piensas en hacer una emboscada para transformarlas, hacer que retorne la normalidad opaca, hacer lo que sea necesario para hacer menguar sus filas. Te sigues mirando y pensando, las mueves de un lado hacia el otro mientras meditas en el exquisito trabajo que han realizado para garantizarse la supervivencia bajo la superficie, y entonces te parecen admirables, graciosas, hasta dignas.

Al final de cuentas han conquistado el territorio mientras tu no te fijabas, han reclamado tu atención de manera silenciosa hasta que ya no se pudieron quedar más calladas. De todas formas, son ellas todas, la historia misma de tu historia; de todas formas, las encuentras valientes porque en un sentido extraño acaban de nacer, pero se muestran con experiencia. De todas formas, decides dejarlas porque simplemente son tuyas, son nuevas, son muchas y les harás el honor de mantenerlas: ¡bienvenidas tus canas!

Alejandra Ruíz Gómez
Julio 3 de 2020
Bogotá Colombia

3 Replies to “PLAGA ALBINA”

  1. Un bello texto, causa curiosidad y obliga a releerlo cuando llegas a un sorpresivo y excelente final.

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