Se acercaba el tiempo de navidad, ese tiempo mágico en que todas las calles se iluminan de diferentes colores, y la nieve tiende una cortina blanca detrás de cualquier escenario de ciudad o campestre.
Federico tenía un plan para esta navidad. Las dos navidades pasadas había tenido que sufrir la vergüenza de que su prima mayor abriera, sin su permiso y leyera a viva voz para toda la familia la carta que el con tanto esmero y amor, había escrito a Papá Noel. Su prima lo hacía como un acto que le parecía muy gracioso, pero el se sentía muy molesto: lo que le escribía a Papá Noel eran cosas que sólo el, Papá Noel y sus duendes deberían conocer; una carta privada.
Y sí, porque Federico aprendió desde muy pequeño a pedir algo más que juguetes en su carta. De manera que estaba llena de historias por compartir, sobre todo en las que agradecía por todas las veces que había jugado con los regalos del año que se estaba acabando, llena de anécdotas en las que contaba cómo había transformado un carro en barco, en gorila y en dinosaurio usando su imaginación, llena de aprendizajes de lo mucho que lloró cuando su juguete se dañó al tratarlo mal, y cómo aprendió a no seguirlo haciendo. Cosas íntimas, de esas de las que un niño habla con Papá Noel y nadie más.
Pero este año estaba preparado. Mariana, su prima no volvería a hacer lo de siempre; en días pasados su abuelo le había enseñado la cosa más maravillosa: le había enseñado a escribir cartas mágicas. Sí, ¡cartas mágicas! Así dijo el abuelo que se llamaban. Le contó que hace muchos años, cuando el abuelo era joven— muchos, muchos, muchos años pensó Federico— el y sus amigos usaban estas cartas mágicas para enviarse mensajes secretos que sus mamás no pudieran leer. Cosas como a qué horas comenzarían a jugar escondidas en el parque, o a quien le tocaba el turno de invitar a la merienda en la tienda de la esquina. Cosas de niños de la época del abuelo.
La cosa era realmente sencilla, lo único que se requería era una hoja de papel blanca común y corriente, un palillo de pinchos largo, un poco de algodón y el jugo de un limón entero en un vasito. El abuelo le mostró cómo hacer un lápiz mágico tomando un poco de algodón, mojándolo en el limón y adhiriéndolo a la parte más afilada del palo de pincho. Así cada vez que quisiera escribir debía usar la tinta “alimonada”, mojando para cada palabra su lápiz mágico. En cuestión de segundos las letras desaparecían como por arte de magia.
Federico asombrado, y un poco frustrado dijo al abuelo:
—Abue, pero así ni Papá Noel podrá leer mi carta.
—Tranquilo, falta la mitad de la magia— dijo el abuelo mientras tomaba la hoja que el mismo había escrito y se acercaba a la chimenea encendida.
Para el asombro de Federico, al acercar levemente la hoja al calor del fuego, las letras comenzaron a aparecer una a una, tomando un color caramelo y permaneciendo fijas en el papel. La magia se había cumplido, Papá Noel podría leer su carta y su prima nunca entendería la magia.
Así fue que en días previos a la navidad, como era costumbre familiar, los niños pusieron sus cartas en el árbol. Estaban todos finalmente reunidos de nuevo para comer buñuelos y natilla, hacer las oraciones de la novena y disfrutar del calor familiar. Mariana, dio un salto desde el sofá y corrió haca el árbol para hacer lo que ya se le había convertido en tradición: abrir la carta de Federico y leerla a viva voz ante toda la familia.
Para su sorpresa, y para sorpresa de todos, la carta era una hoja en blanco. Dos hojas en blanco donde lo único que se veía era el saludo final y la firma escritas con un lápiz multicolor “con amor y de nuevo gracias, Federico”.
La sorpresa de su prima, y su cara de aburrida dieron una satisfacción extraordinaria al niño que se sentía triunfante. Tal fue la sorpresa de la prima, que no acató ni siquiera a hacerle preguntas. Simplemente cerró la carta y la volvió a poner en el árbol. El abuelo y Federico pensaban para sus adentros, que tal vez esto le habría enseñado a no hacer cosas que hagan sentir mal a los demás.
Esa misma noche cuando ya todos dormían, y como esta en su itinerario, vinieron los duendes a recoger las cartas y las llevaron de inmediato al mundo congelado y maravilloso en el que vive Papá Noel en el polo norte. Cuando abrieron la carta de Federico, se generó un gran alboroto. Los duendes corrían de un lugar a otro buscando el botón de la campana que emitiría la alarma. El botón de carta mágica.
Cuando la alarma sonó, un duende en patineta pasó a toda velocidad llevándose la carta en una bandeja de madera muy colorida. Estrepitosamente entró en el despacho de Papá Noel y dijo lo siguiente:
— Señor, reporto la llegada de una carta mágica. Desde hace más de 65 años no recibíamos una igual. Lo curioso es que no está firmada por el niño de siempre, es otro niño.
Papá Noel se levantó de su abullonada poltrona azul, y tomó la carta en las manos mientras lentamente (a paso de Papá Noel con su gran barriga y su barba blanca) se acercaba a la chimenea encendida.
Cuando la carta comenzó a aparecer en el papel, Papá Noel soltó una carcajada de esas carcajadas pausadas que bien sabe hacer—“Jo, Jo, Jo, Jo”— y dijo sin pausa:
—El nieto ha superado al abuelo, claro que no es el mismo niño quien firma, es su nieto. ¡La tradición de las cartas mágicas sigue viva! Hay que celebrarlo.
Y lleno de alegría, Papá Noel dio instrucciones a sus duendes para responder a todas las solicitudes en la carta. Claro, todas aquellas que mereciera Federico según qué tan buen niño había sido durante el año; aunque vale la pena anotar que hay que ser muy, muy, muy mal niño para parecer malo a los ojos de Papá Noel. Para el las travesuras no cuentan, cuenta ser generosos, aprender de nuestros errores y cuidar de si mismos y de los demás.
El día de navidad, en el árbol de familia aparecieron muchos regalos brillantes y hermosos, y además una carta de respuesta adicional. Una carta para el abuelo, que cuando la prima abrió para leerla, curiosamente estaba en blanco de nuevo, y lo único que se podía leer en un color escarchado era “Te extrañé amigo de las cartas mágicas, gracias por hacerlas vivir de nuevo. Con cariño, Papá Noel”
Alejandra Ruíz G. Bogotá, Colombia Noviembre de 2021