Hoy mientras hacía mi práctica de meditación diaria, que he mantenido (casi) constante durante los últimos 2 años de mi vida, ocurrió una transformación sencilla y poderosa. Un paso sencillo que puede traer grandes resultados y no nos detenemos a pensar en ello.

Estaba allí, realizando la respiración preparatoria con los ojos aún abiertos, observando como siempre el contexto con una mirada suave como dice mi instructor en la voz que sale de mi celular a soft focus, y esta vez me detuve a pensar sobre lo que estaba mirando: la puerta entre abierta, el inicio de un corredor, la cama aún sin tender, la chaqueta de mi esposo colgada de un perchero y un colgador de ropa alto, blanco y metálico que asomaba detrás de la puerta.

A mi cabeza vino la memoria de mi meditación del día anterior, que por motivos de trabajo decidí desplazar hacia el medio día y la hice en mi oficina, mirando hacia afuera un gran complejo de árboles que se contoneaban al ritmo del viento y dejaban pasar algunos visos de sol por entre sus ramas.

Allí sentada en mis silla de siempre, en mi cuarto, en el lugar que he usado tantas veces para hacer mi meditación mañanera vino a mi esa imagen y me permití cuestionarme: ¿es esto lo que quiero ver en las mañanas antes de cerrar mis ojos en mi meditación? La respuesta es obvia y clara: no. Acto seguido pausé el track de meditación y me puse de pie. Me giré y me dieron tantas ganas de reírme que lo hice— reírse no sólo alimenta el alma, alimenta hasta la locura—: a espaldas de mi hermosa y cómoda silla naranja, se levantaban las hermosas y verdes enredaderas de mi terraza, los listones de madera de la pérgola que les sirven de escalera al cielo y las materas de plantas con flores coloridas. Y por si fuera poco, la montaña de fondo.

Me reí, me reí de mi misma y me reí un poco de muchos que como yo caemos en la misma trampa: buscando lograr conquistar esos espacios de bienestar, corriendo hacia el reto de lograrlo y sobre todo de defenderlos a capa y espada para que las responsabilidades, el trabajo, los hijos, los quehaceres y demás situaciones cotidianas no nos quiten esos 20 minutos que nos hemos guerreado por incluir en nuestra cotidianidad. Para mi son tan preciados que en el afán de perderlos, me siento en mi silla todos los días y pongo mi meditación de manera automática, como quien está entrando a un teatro sin sillas numeradas y se quiere sentar rápido para no perder el buen puesto y poder ver todo el show sin obstrucciones. En mi automatismo del hábito, perdí de vista la posibilidad de seguir haciendo ese momento más extraordinario. En mi afán por que esos 20 minutos no se me esfumarán en otras pequeñas actividades, me privé de seguir enriqueciendo mi momento de bienestar, de ponerle más ingredientes valiosos a ese momento ya poderoso para mi vida. 

¡Darle la vuelta a la silla! ¿Cuánto me tomó darle la vuelta a la silla? Hoy 1 minuto: 30 segundos al inicio y 30 al final. Pero en realidad me tomó casi dos años. Porque no me permití detenerme a observar mi propio ritual de bienestar, de salud mental; “ya me puedo dar por bien servida de estar sacando 20 minutos diarios para meditar”; ¿en serio?

Hoy mi meditación fue extraordinaria, porque cuando cerré los ojos los cerré con una sonrisa, no solamente porque podía ver en mi cerebro el conjunto de siluetas de mi linda enredadera y los colores de las flores, sino porque me detuve a observar mi momento, y tomé la decisión de parar, de robarle unos segundos a las demás partes de mi existencia y actuar para hacerlo más placentero con una acción brutalmente sencilla. Ahora mi meditación no tardará 20, sino 21 o 22 minutos.

Y tu ¿qué sillas podrías girar hoy en tu vida para hacerla más placentera?

 
 Alejandra Ruíz G
 Marzo 10 de 2021 

Leave a Reply