Nada más importante en este momento y lugar de la historia que tener el coraje de decir “no sé”.
Admito que no es cosa fácil y mucho menos en una sociedad que nos ha aconductado a tener siempre la respuesta, más aún a tener siempre la respuesta correcta. Pero es claro incluso para quien no haya visto noticias con regularidad, que se han cometido grandes errores en los últimos meses de la historia de la humanidad, en honor al ego y al tener que “saber”, en honor a la obligación implícita de tener una respuesta a todo.
Al final preferible un no sé que busca proteger y respetar la vida, a un yo sé que simplemente está cuidando una postura de poder.
No, llegó el momento de sentirnos cómodos con el no sé, con el “no tengo ni idea”. Porque aunque siempre ha sido una opción, hoy irónicamente es de las opciones más sabias. El futuro no lo conoce ninguno de los que tenemos los pies puestos en este planeta (¡y posiblemente los que estén en otros tampoco!), pero en este momento ni siquiera es válido afirmar como en el pasado por extrapolación de tendencias de comportamiento, ni por paralelos históricos, y mucho menos a partir de la experiencia personal, las posiciones políticas o la necesidad de no debilitar la imagen pública; sencillamente nos quedamos sin certezas colectivas, sin rutas y las brújulas se alteraron de manera irreversible.
¿Qué hacer?
Desde mi no sé y sin tener una respuesta concreta, propongo una ruta de exploración que a mis ojos vale la pena.
En estos momentos lo más interesante sería mirarse al espejo y abrazar el no sé. Si para usted esta idea es muy radical, se puede comenzar por mirarlo a los ojos, y reconocerlo como propio. Luego cuando haya un poco más de confianza se le puede dar la mano, sin peligro a contagio: el no saber no es un virus, es lo más natural que tenemos y la razón de base de nuestra curiosidad primaria. El origen de todo descubrimiento.
Después de estrechar la mano de su no sé, converse con el, y busque hacerlo sentirse en casa, no como un invitado no bienvenido, sino como un nuevo miembro de familia, de esos que uno va adoptando por el camino de la vida y termina llamando tío o primo sin que haya ninguna línea genética.
Una vez haya entablado esas conversaciones interesantes en las que su no sé le ha ganado más de una batalla de ego, déjelo sentarse en su mesa a diario. Permita que le converse y lo lleve de la mano al país de la incertidumbre, se dará cuenta rápidamente que no es tan hostil como se había imaginado. Recorra las colinas de esa incertidumbre, permítase oler sus flores y disfrutar varios atardeceres en la tierra del no saber, no son de los que quitan el aliento, sino de los que despejan el ego.
Y cuando ya haya superado estas fases y logrado abrazar, con sinceridad y aprecio, a su no sé es donde se crea la paradoja: en ese preciso momento esta usted listo para comenzar a conversar y presentar a su no sé algunas de las cosas que sí sabe; cosas que sabe de verdad: sus certezas de siempre, las que sí o sí están ahí. Serán suyas muy suyas, pero permítame compartir algunas de las mías que podrían inspirarlo a ver las propias: la certeza de estar vivo en este preciso segundo, la certeza de su nombre hoy, saber que es Colombiano, Italiano o Español, la certeza de que así como nació algún día va a morir, el que por más que no lo quiera siempre nos quedará alguito sin hacer antes de irnos, la certeza de haberse entregado a su propósito (con buenos o malos resultados, esa es otra historia), la certeza de que habla las lenguas que hable, la certeza de los hijos que tiene hoy, la certeza de su fe, la certeza de que el sol saldrá mañana así sea por 5 minutos y que la noche llegará así el cielo esté nublado, la certeza de lo que ha recorrido, de sus memorias, de sus risas, de sus historias personales…
Escriba sus certezas, escríbalas en un lugar preciado y atesórelas en su mente, en su corazón. Nadie le puede quitar estos “saberes”, de esto usted sabe hoy y sabrá siempre. La vida según varios maestros iluminados es una mezcla poco homogénea de luz y oscuridad, de yin y yang, de blanco y negro ninguno de los dos en su forma más nítida. Somos esto. Tenemos esto. Sabemos y no sabemos, y cualquiera de las dos está bien si así queremos verlo.
Acepte su no saber, permítase su no saber. Ábrale la puerta para que actúe como deba actuar en su propia vida. Para algunos el no saber viene cargado de una curiosidad sin freno que los empuja a descubrir; para otros viene cargado con parálisis y espera; para otros tantos viene lleno de preguntas sin respuesta; algunos lo reciben con asombro y exploración sin rumbo cierto y se encaminan en su ruta imprecisa.
Espero que quien lee me acepte la invitación, creo yo que no hay mejor momento para aprender a no saber que este momento.
Alejandra Ruíz Gómez Bogotá abril 21 de 2020