Siento unas ganas tremendas de llorar pero sin saber exactamente por qué ni para qué.
Creo que llevo 20 días reteniendo el llanto y ya se mezclaron tanto los motivos que es imposible desatar los unos de los otros como una bolsa de cordones viejos…
¡Cuánto quisiera gritar! Desatar el nudo que siento en la garganta que sé que es emocional pero se siente físicamente. Pero no puedo. No puedo llorar cada vez que me venga en gana llorar, ni mucho menos gritar cuando siento esa presión en el pecho. No puedo porque tengo dos ojos que me miran, me observan las 16 horas activas del día. Dos ojos que están atentos a cada expresión mía, a cada señal de la realidad que pueda salir de mi cara por medio de un gesto o una expresión.
Mi misión es darle seguridad a esos ojos, seguridad de que pronto volveremos a sentir el pasto con su verde puntiagudo, seguridad de que “todo va a estar bien” como dice la canción de las mañanas, seguridad de que tiene una larga vida por delante y que papá y mamá lo acompañaran por un buen rato de esa larga vida. Nunca había tenido misión tan compleja.
Hoy pedí espacio para llorar, para soltar, para gritar.
Hay que llorar para liberar el alma apretada por las responsabilidades emocionales. Hay que llorar para dejar escapar el aire a presión en la cabeza. Hay que llorar para que las lágrimas no se cristalicen como pedacitos de roca en el corazón.
Y por eso hoy estoy llorando, mientras escribo a la velocidad que me dan mis 10 dedos. Estoy llorando para aprovechar la noche, para aprovechar el corto instante en el tiempo en que esos ojos que me miran buscando seguridad están cerraditos y en el mundo de los sueños.
¡Si esos ojos no existieran para sostenerme!, para centrarme, para repetirme en silencio que necesitan de mí cada segundo de la existencia. Así algunos días me parezca muy pesado, esos ojos me miran. Así algunos días quiera simplemente dejarme caer y ver a ver qué pasa, esos ojos me miran y entonces me levanto.
Pero ahora lloro y disfruto lo que lloro, como disfruto lo que escribo. Si me fuera permitido lloraría hasta el alba y me quedarían lágrimas así no tenga certeza de por qué precisamente están saliendo como de un hidrante roto.
¿Por qué tenemos que tener una razón clara para llorar? ¿No es tan válido un ataque de llanto como un ataque de risa? ¡brindo por los ataques de llanto! Porque nos dejan ligeritos, desatascados, blanditos. Listos para llenarnos de ganas y de luz de nuevo, así sea con los ojos pequeñitos e inflamados. Las lágrimas no pudieron haber sido inventadas solamente para lubricar los globos oculares, son demasiado saladas para que no tener la intención de ser probadas alguna vez.
Gracias noche por dejarme llorar por todo y por nada concreto.
Gracias por no preguntar ni buscar explicación alguna.
Gracias noche por existir y no esperar nada de mí.
Gracias ojos por mirarme mañana, y el día que viene y el siguiente.
Alejandra Ruíz Gómez Abril 1 2020 Bogotá Colombia