Mi bebé tiene hoy exactamente 3 meses y 25 días. Si quien me lee es mamá reciente, tendrá una fotografía instantánea en su cabeza de la realidad que puedo estar viviendo en este momento. Para quien no lo sea, pues intentaré describir con mis palabras uno de los aspectos retadores de este periodo de la vida.

Expectativas. Ese fue el tema de la conversación con mi amiga del alma, mientras por primera vez en días veía realmente mi reflejo en algún lugar: la video llamada en el celular. Mi pelo desgreñado en un intento de moño que no logra contenerse y se nota que no ha sido ajustado en todo el día, mis ojos empotrados sobre un par de hileras de tejido inflamado y oscurecido, mi mirada desorbitada y mis palabras cortas. Lo que no se veía en cámara, mis pies con las pantuflas y la pijama que me acompaña desde la noche de ayer aunque ya sean las cuatro de la tarde hora local. Mi llamada fue uno de esos premios maravillosos que se puede regalar uno cada tantos días, mientras el bebé duerme.

Y le contaba a mi amiga que el día de ayer estuve altamente frustrada porque no logré hacer nada, absolutamente nada de lo que había planeado hacer. Para una mujer altamente eficiente, emprendedora e hiper-productiva (con fuerte tendencia workaholic) como yo, este momento de la vida representa un reto adicional, que muchas veces es el más complejo de lidiar: negociar con uno mismo. 

Negociar las expectativas porque la vara no puede estar tan alta como estaba antes del embarazo, ni durante el mismo. Entonces, decía mi amiga, el truco es poner las expectativas muy bajas para no frustrarse. 

Pero, ¿en dónde poner la vara? En las últimas semanas me he dado cuenta que por más baja que está la vara siempre hay espacio para frustración. Y cuando digo baja, es verdaderamente baja. Por ejemplo el otro día me puse como meta lograr bañarme y vestirme con lo que quería y no con lo primero que encontrara en mi armario. ¿Bajita la vara cierto? Al menos para la realidad de la que venimos antes de convertirnos en mamás por primera, segunda o tercera vez (las admiro profundamente señoras) pero no, no se logra algunos días, y ese día no se logró. 

Entonces busqué bajar la vara mucho más. Olvidémonos del baño y de vestirnos a nuestro estilo… la meta del día será lograr desayunar y almorzar cuando tenga hambre. Algo apenas esencial, para una mamá lactante. Y ese día, tampoco se logró esta expectativa. 

Así que seguí bajando la vara, bajándole volumen a la expectativa hacia los mínimos casi inaudibles: la meta sería al menos poder entrar al baño cuando tuviera ganas. Apenas básico, ¿no?

Las lectoras experimentadas estarán ya riendo a esta altura del texto, aquellos sin este tipo de información privilegiada se dirán en sus mentes — seguro esa si la logró, ¿se puede más bajo que eso?—

Se puede más bajo que eso, y por eso las experimentadas ríen al recordar cómo pasaron por allí y aún siguen vivas a pesar de todo. Ese día no pude entrar al baño cuando quise, por el contrario tuve que dar gracias infinitas a mis órganos internos por tener más paciencia que yo misma y esperar hasta el final del día cuando por fin un humano con más edad que mi compañía cotidiana, llegó a darme una mano con mi existencia.

Una famosa frase de Yoda dice que uno no debe intentar, debe hacer o no hacer, seguramente inspirada en corrientes espirituales orientales, profesadas por diferentes sabios… se nota que ninguno de ellos fue mamá. Nada más imposible que vivir la vida pensando en hacer o no hacer cuando eres mamá. Porque puedes despertarte un día con la convicción profunda de bañarte, y luego tu bebé amanece enferma, o se despierta antes y no quiere dormir luego, o simplemente no soporta estar separada de ti ni un segundo. Entonces lo único que nos queda  a las mamás así los sabios no lo entiendan, es la intención.. Las apuestas por lograr algo que no tenemos ni idea que sucederá. Y en esta categoría entran todas las cosas sencillas de la vida, las básicas y elementales como dormir, comer, asearse, mirarse en un espejo, vestirse, hacer nuestras necesidades. 

Estoy pensando en el día de mañana y en dónde iré a poner la vara… y la verdad tengo ganas de quebrarla, plegarla o volverla astillas y guardarlas en un cajón. Simplemente no se pueden tener expectativas de tu día cuando estas sola con un bebé tan pequeñito. La expectativa es estar… al menos estar despierta la mayoría del tiempo en que ella lo está, por seguridad. 

Y mientras escribo estas palabras, me llaman del colegio de mi hijo: se ha caído, parece ser que su brazo está roto. La expectativa de tomarme un café con galletas en la tarde cuando mi hija se duerma acaba de ser sepultada por el caos que baila a mi alrededor y se ríe, a carcajadas, de mis expectativas.

Alejandra Ruíz Gómez
Marzo 31 2022
Bogotá, Colombia

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