Increíble cómo se pueden ir volando 10 días. Diez días en que dejé todas mis rutinas de lado y los estragos comenzaban ya a sentirse en mi cuerpo, en mi mente, en mi todo. Hoy vuelvo a mis páginas matutinas. Mi cuerpo se siente tranquilo, y dispuesto a volver a comenzar. Ya hice mi meditación, aunque confieso que hoy me quedé un poco dormida. Creo que se vale, lo importante es hacerla hasta dónde puedo y seguir practicándola.
Ayesrmientras me duchaba me hice a mi misma la pregunta que algunas veces nos hacemos los seres humanos: ¿si me dijeran que tengo un mes de vida, cómo quisiera vivir mi vida?
Lo primero que pensé es que igual quisiera seguir construyendo mi nuevo emprendimiento, pero más lento, sin tanta angustia y sensación de ir “atrasada” en una agenda que me he puesto yo misma. Esto me hace pensar que efectivamente, y nuevamente estoy trabajando en lo que me gusta, y esto es un privilegio maravilloso. ¡Ah! También pensé que no tenía por qué crear dos negocios al mismo tiempo… y que si lo hacía entonces tendría que ir aún más lento para poder disfrutarlo. En resumen el mensaje fue de lentitud y disfrute.
Lo segundo fue mi hijo, disfrutaría más el tiempo con el en lugar de usar ese mismo tiempo para educarlo. Y mientras escribo esto viene a mi mente un gran paradigma de nuestra sociedad: que sólo los abuelos pueden disfrutar los nietos, porque los hijos son para criarlos… ¡Yo quiero disfrutarme a mi hijo!, e intentar criarlo por el camino. Pero si tuviera un mes de vida, quiero disfrutar más el tiempo con el. Y es bonito porque no pido más tiempo con el, el tiempo está y ya lo estamos compartiendo, pero quisiera estar más presente, estar más tranquila, y estar plenamente con el. Estas son todas cosas que dependen de mi, y eso también es una maravilla.
Y por último le subiría el volumen al disfrute con mi esposo: viajar, ir a comer rico, caminar y hablar pendejadas, bailar tango así sea mal bailado pero bien vestidos. Irnos para la playa a relajarnos y nada más.
Dejaría de pensar tanto en el futuro porque al final no voy a verlo. Pero finalmente entendería que no puedo hacer nada para alterarlo, ni prevenirlo, ni actuarlo hasta que no se transforme en presente. Y entonces me ocuparía del instante actual, y del siguiente y nada más. Otra cosa que haría, y que puedo comenzar a hacer ya: soltar el futuro y dejar que llegue a su debido tiempo, entendiendo que ni mi ansiedad ni mi gozo proyectado a esas tierras alimentan mi alma hoy. Es imposible sentir ansiedad por el momento presente, no tiene cabida; es incluso retador sentirse ansioso por el segundo que viene. Esa sería mi máxima proyección hacia el futuro.
Ahora, ¿y los sueños? Los sueños hay que aprender a pintarlos en una hoja de papel, con muchos colores y bien grandes, y dejarlos ahí para que hagan lo que hacen los sueños: materializarse o desvanecerse. De nada nos sirve tenerlos en la cabeza y estar ocupando nuestro precioso tiempo del hoy en buscar la manera forzada de lograrlos en el mañana. El hoy, el ya, el instante presente, está ya cargado de la magia que soñamos vivir en el futuro en nuestros sueños, basta parar y observar.
Comprendo escribiendo todo esto que no hay más que hacer que ocuparse de cada día, de cada instante. Estar ahí, sin agendas preestablecidas, sin un programa que seguir. Estar ahí completamente permitiendo que la vida misma nos de forma, nos vaya moviendo hacia donde nos corresponda, “effortless”como el agua de los ríos. ¿Quién ha visto a una quebrada haciendo esfuerzos para pasar sobre una roca que bloquea el camino porque sueña llegar al mar? Jamás, pero igual en algún punto allá llega, a algún mar, así no sea el que había soñado.
Alejandra Ruíz Gómez Octubre 1 de 2021 Bogotá, Colombia