Uno cree inocentemente cuando está embarazado que el mayor grado de autonomía que está perdiendo es el de caminar rápido, amarrarse los zapatos sin ayuda o ser capaz de recoger cualquier objeto que caiga al piso. Uno cree el principio. “si logro sobrepasar esto estoy del otro lado”. 

¡Ja! Nada más distante de la realidad.

A este tipo de mujeres, aquellas que extrañamente aún queremos y tomamos la decisión de ser madres aunque todo el contexto que nos rodea esté aparentemente en contra de esta labor biológica, ya sea por el sentimiento de culpa de seguir trayendo vidas a un mundo evidentemente sobre poblado, pasando por el terror que nos meten los medios sobre el culto al cuerpo y los horrores que el embarazo y la lactancia pueden hacer con el, y sin excluir el pánico de no tener ninguna posibilidad de retomar la carrera profesional una vez has decidido tomar la ruta B; sí porque parece que o eres mamá con M mayúscula o eres una profesional exitosa, las dos cosas en el mismo caldo son muy extrañas y casi inexistentes dentro del imaginario de nuestra generación. 

A esas mujeres que damos el salto y soñamos con que sí se puede, nos deberían contar lo que sucede con la autonomía después del embarazo, deberían advertirnos que el embarazo es solo una muestra gratis (y reducida) de todo lo que se viene.

Yo soy una de esas incrédulas que quiere sacar adelante las dos mejores versiones de sí misma: la profesional y la mamá. Sí, sueño con poder ser la mamá con m mayúscula que mi hijo necesita y con no tener que someterme a una lobotomía en el proceso para dejar de pensar, y querer actuar sobre las ideas de negocio que se me ocurren todo el tiempo.

Es una labor muy tesa, mediar en esos dos mundos; otra de las cosas que los cursos preparatorios para la maternidad omiten.

¡No sé por qué omiten tantas cosas! ¿Será que prefieren no abrir la caja de pandora no vaya a ser que más de la mitad de las cursantes ser arrepienta?

La autonomía. Es posible que no a todas las mamás les suceda, pues somos todas tan diferentes y vivimos la maternidad de tantos colores diversos, que hablar en absoluto es una completa ridiculez. Yo hablo desde mi experiencia y espero que algunas de las personas que lleguen a estas líneas se identifiquen con lo que digo y puedan mis palabras resonar de alguna forma en sus cabezas.

Yo personalmente llevo más de cinco años viendo cómo mi autonomía poco a poco, grado a grado se disminuye. Extraño los días en que simplemente decía “voy a salir a dar una vuelta”, y salía. Y ya.

Ahora no, son tantas las variables que hay que coordinar en una simple salida, estés o no con tu hijo o hija que el sólo hecho de tener que pensar en todas ellas muchas veces te frena y prefieres no salir que pensar en todo aquello. Si estás con ellos: qué le llevo, cuánto nos demoramos, llegaremos para la cena, para la hora del cuento, y si le da frío y si le da calor, un momento! unos snacks por si hay tráfico…etc. Si no estás con ellos: alcanzaré a llegar a tiempo a recogerlos en su escuela, que no se me olvidé lo que tengo que llevar a la escuela al recogerlo hoy, qué ruta tomo para no llegar tarde por el o ella, y si el tráfico me enreda y no llego, alcanzaré a tomarme ese café y conversar lo suficiente en ese espacio de tiempo… etc. ¡Y esta ecuación se multiplica a la n+1 si tienes más de un hijo!

Hoy noté cómo mi calendario de actividades desde hace cinco años de mi vida gira en torno a el, y no creo que esto vaya a cambiar en los años por venir dada mi intención de seguir siendo una mamá presente, de esas que recogen a los hijos en el colegio y pasan el final de la tarde con ellos, de esas que los despiden para el cole en la mañana y preparan todas sus cosas… pero no había notado lo mucho que extraño mi autonomía. 

Si quiero o tengo que hacer algo, debo coordinar con la red de soporte quién se podrá encargar de mi “piccolino”, tarea que además de dispendiosa es tremendamente desgastante porque me siento como pidiendo limosna temporal: ¿quién tiene una fracción de su tiempo que me pueda donar para poder yo invertir una fracción de mi tiempo en algo que no sea el? Y con ese pensamiento llega la culpa, los golpes de pecho, las frases que se repiten en la cabeza propias o ajenas: “¿a qué estás jugando? O eres mamá o eres emprendedora”, “¿a qué estás jugado?, la responsabilidad de tu hijo es tuya y de nadie más”, “¿a qué estás jugando? vas a volver a dejar el cuidado de lo más preciado que tienes en manos de terceros?”…

Entro entonces en el ya para mi viejo dilema: niñera o no niñera, un dilema que he masticado varias veces y sobre el cual aún no tengo una respuesta. Si quiero una niñera necesitaré disponer de: mayor tiempo de mi parte para entrenarla, mayor tiempo de mi parte para que mi hijo se acostumbre a estar con ella, un mayor presupuesto para contratarla. Más tiempo y más dinero. Te pones a cruzar cuentas y si dejas de ser incrédula y te dedicas a cuidar de tu hijo, no necesitas ni más tiempo ni más dinero… tal vez mucha más paciencia y una lobotomía para la parte profesional que vibra en tu cerebro.

En fin, la autonomía, añoro los días en que una cita odontológica era eso: llamar, pedirla e ir. Hoy hay tal cantidad de pasos intermedios para poder lograrlo que les juro que a ratos pienso en sacarme la muela yo misma como tal vez hacían nuestros tatarabuelos.

Alejandra Ruíz Gómez

Bogotá

Febrero, 2020

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